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Sunday, April 27, 2014

La mejor columna que escribió Horacio Verbitsky

Por elemental pudor, no suelo comentar en este blog lo que leo en los websites de los periódicos de Argentina. Entiendo que es una tarea que los blogueros de allí, que no sólo están más cerca de esos hechos que yo sino que me superan largamente en talento, son los que naturalmente deben estar a cargo. Más aún: siempre necesito de sus comentarios para entender mejor lo que sucede en esa Patria en la que hace tanto que no vivo. 
Pero no quiero dejar de decir que la columna de hoy (abril 27 de 2014) de Horacio Verbitsky en Página 12 me parece... iba a escribir "excelente" pero ni siquiera esa palabra puede expresar lo que siento. Le agradezco mucho al autor (a quien no conozco personalmente) que haya escrito esa columna que expresa tan claramente lo que creo que muchos sentimos respecto a ese momento tan doloroso de la historia argentina, especialmente el lapso entre el regreso del General Perón y su muerte.
Me hizo llorar y aún tengo la cara húmeda. Gracias, señor Verbitsky.
Y aunque no hace falta, porque descuento que quienes están leyendo esto ya han leído Página 12, la reproduzco aquí. Confío en que Página 12 y el señor Verbitsky me perdonarán por hacerlo sin su permiso previo.


Lo que no pudo ser

 

Por Horacio Verbitsky

 

El jueves próximo será feriado en buena parte del mundo, por los 128 años transcurridos desde el comienzo de la revuelta obrera de 1886 que consiguió imponer la jornada laboral de ocho horas en Chicago. La reivindicación costó la vida a cuatro trabajadores de prensa y un carpintero, condenados sin las garantías del debido proceso y colgados al año siguiente en una ceremonia que José Martí describió con prosa barroca: “En danza horrible, murieron dando vueltas en el aire, embutidos en sayones blancos”. La conmemoración del Día del Trabajo, o de los trabajadores, o de San José Obrero según las distintas confesiones políticas recuerda aquellos episodios.
Pero el Primero de Mayo connota también uno de los acontecimientos más dramáticos de la política argentina moderna: la inexcusable confrontación entre Juan Perón y su juventud maravillosa. Ese había sido el calificativo con que el ex presidente describió a la militancia política, social, sindical, universitaria y guerrillera que forzó la apertura de 1971 y las elecciones libres de 1973, en las cuales el fundador del Justicialismo volvió a la presidencia 18 años después de su derrocamiento por un golpe militar. Esta semana habrán transcurrido 40 años de aquel día en el que la mitad de la Plaza de Mayo se vació mientras Perón elogiaba como prudentes y sabios a los dirigentes sindicales y descalificaba como estúpidos e imberbes a los jóvenes.
El año anterior, al día siguiente de su regreso definitivo a la Argentina, ya había advertido “a los enemigos, embozados, encubiertos o disimulados” que “cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”. Esa hora tocó el 24 de marzo de 1976 pero las víctimas se reclutaron en los dos bandos opuestos aquel 1o de mayo y el pueblo no fue escarmentador sino escarmentado, por obra de la nueva dictadura cívico-militar que abominaba de cualquier expresión plebeya. No está de más recordar que en la ESMA de la dictadura fueron asesinadas la fundadora de Montoneros, Norma Arrostito, pero también Norma Kennedy, que junto con López Rega organizó la emboscada del 20 de junio de 1973, punto inicial del desencuentro que no haría más que profundizarse hasta su trágico desenlace. Cuatro décadas después la atribución excluyente de culpas carece de sentido, igual que cualquier proyección de aquel escenario sobre el presente, por más que de tanto en tanto algún marginal sentencioso lo intente para estigmatizar a un adversario. Nadie estuvo a la altura de la responsabilidad histórica ni de sus propios antecedentes y todos contribuyeron a la tragedia. Ya viejo y enfermo, Perón no pudo controlar las fuerzas que había desatado en los años previos y en vez de apaciguar el conflicto lo incentivó. Tal vez por la cristalización ideologista de su pensamiento, en parte por su largo alejamiento del país, no supo calibrar el efecto de su brusco giro sobre una fuerza donde los más grandes no pasaban de los treinta años y se atragantaban con textos incomprensibles. Desde España estimuló aún sus operaciones más discutibles, pero cuando esa lucha culminó con su retorno triunfal la enfrentó con acritud. Quienes entonces formábamos parte de Montoneros podemos reivindicar el heroísmo y las convicciones en el empeño contra la dictadura y por una sociedad menos despiadada con los débiles, pero no defender la contestación precipitada que dimos al cambio de discurso y práctica de Perón. Esa respuesta fue al mismo tiempo prepotente e ingenua. La pretensión de imponerse por la capacidad de movilización frente al palco de Ezeiza tipifica esa política desatinada. La JP llegó con esa misma lógica a la sede de la CGT para el desfile del 31 de agosto de 1973 ante Perón. La idea era mostrar la superioridad numérica y organizativa ante la cual imaginaba que Perón se inclinaría. López Rega, Osinde, buena parte de las conducciones sindicales, inventaron un presunto intento de la Tendencia de matar a Perón el 20 de junio de 1973. Así encubrieron su propio dispositivo armado, el único que actuó aquel día. Pero el posterior atentado que acabó con la vida de José Rucci, el 25 de septiembre, le prestó a tal superchería visos de verosimilitud retrospectiva. No es la primera vez en la historia que una fuerza política termina por parecerse a la caricatura que de ella hace su oponente, en contra de sus propios intereses. Hacen falta mucho temple e inteligencia para no caer en esa trampa.
El Primero de Mayo de 1974 se escribió el último triste capítulo de esa historia sin salida. Pese a la prohibición de entrar a la plaza con carteles, las columnas de la Tendencia los ingresaron de contrabando y los desenrollaron una vez dentro del perímetro prohibido. Las consignas que se cantaron eran ofensivas hacia la esposa y vicepresidente de Perón, Isabel Martínez, y de crítica inflexible con su gobierno. Ante la insultante respuesta presidencial los militantes dieron media vuelta y emprendieron la retirada, mientras sus desorientados responsables trataban de contenerlos. Nada revela mejor la falta de conducción, la ausencia de análisis sobre las consecuencias de los propios actos. Los dirigentes de ese sector ni siquiera fueron capaces de prever que a Perón le quedaban sólo dos meses de vida y que aunque más no fuera por eso era aconsejable la prudencia. Por muchos que fueran (y eran muchísimos) sólo representaban al activismo, que demasiado a menudo se confunde con el pueblo. Seis semanas después, ante una convocatoria sorpresiva y sin organización previa, otra plaza mostró una composición muy diferente ante la cual Perón pronunció su despedida con una frase conmovedora: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, al que invistió como su único heredero. Otras tres semanas más tarde murió y entonces sí, ese pueblo, sin facciones ni activistas, se volcó a las calles a llorar aquello que por errores compartidos no pudo ser.

3 comments:

profemarcos said...

Ahí aparece una confusión, entre DIRIGENCIA y CONDUCCIÓN. Los movimientos no de dirigen (lo que implica superioridad del conductor sobre los otros), sino que deben conducirse para viabilizar lo ya (tácitamente) internalizado por las bases. Error en el que, habitualmente, cae CFK.

GrouchoMarx said...

Dice Verbitsky:

"No está de más recordar que en la ESMA de la dictadura fueron asesinadas la fundadora de Montoneros, Norma Arrostito, pero también Norma Kennedy"

Que yo sepa Norma Kennedy no murió en la ESMA. Recuerdo sus bizarras participaciones en el programa de Mauro Viale en los 90.

Tengo entendido que sufrió la represión de la dictadura, pero me extraña la cita de Verbitsky.

Marmaduke/Eddie/Matt said...

GrouchoMarx: Un error comprensible. No me cabe duda que Verbitsky escribió esa columna con más emoción que intelecto. Estoy seguro que corregirá su error porque valora mucho la precisión.
Eddie