Pages

Wednesday, February 29, 2012

LA LENTA AGONÍA DEL MEJOR DIARIO DE USA

In These Times es una excelente revista. Independiente, progresista y al servicio de las mejores causas, publica en su último número un interesante artículo sobre los problemas del New York Times. Espero que resulte interesante. ITT también ha publicado un artículo, esta vez nada elogioso, sobre otro diario, el Clarín de Buenos Aires. Lo publicaré aquí en cuanto lo haya traducido.

LA DECADENCIA DE LA DAMA GRIS   
El New York Times “corrige” el tamaño de su personal de redacción;  se acerca el momento de la muerte de los medios impresos. 
Por Kenneth Rapoza
El periódico más poderoso del país, The New York Times, se enfrenta a un sexto año consecutivo de pérdidas. Los gremios se ven obligados a salvar puestos de trabajo en la  redacción aceptando recortes salariales. ¿Cómo ganarse  la vida trabajando en un diario?
En un esfuerzo por reducir sus gastos generales, la empresa congeló en diciembre las pensiones de sus empleados en el extranjero y amenazó con cortar sus seguros de salud. Congelar una pensión significa que la compañía deja de contribuir al retiro de ese empleado. La compañía está tratando de recortar las pensiones en todos los ámbitos, tanto para los agremiados como para los empleados no sindicalizados en el extranjero, tanto los del International Herald Tribune en París como los acreditados en el resto del mundo. (Las conversaciones  con el sindicato, el “Newspaper Guild”, continúan.)
Para aquellos que se preocupan por un buen reportaje: el periodismo de alta calidad en el Times - el que permite hacer saber a Tim Hook, el CEO de Apple, que alguien está mirando (y reportando) cómo su empresa maltrata a los trabajadores suicidas de sus fábricas en China- no está desapareciendo. No, sólo habrá menos. Y las personas que lo informan también ganarán menos. En este momento de la historia del periodismo estadounidense, todo es sólo una cuestión de números y de tiempo.
El Times es el “Bank of America” del periodismo estadounidense. Es demasiado grande como para quebrar, pero es como una nave con el casco roto en el océano helado. Las 589 personas que firmaron la carta enviada por el gremio al CEO Arthur Sulzberger Jr., el 23 de diciembre, lo saben bien. Sulzberger está "re-dimensionando" el diario, lo que significa reducción de personal. Salarios y beneficios sociales representan la mayor parte de los costos del Times, y se están reduciendo. En los primeros nueve meses de 2011  el diario gastó u$s 373,1 millones en salarios y beneficios, en comparación con u$s 376.2 millones en el mismo período de 2010. Los ingresos totales en el 2011 se proyectaron en u$s 2330 millones, una disminución del 2,7 por ciento respecto a 2010, cuando fueron u$s 2400 millones, a pesar que la economía mejoró el año pasado.
¿Qué está pasando? No es la economía. Somos nosotros. Estamos dejando de leer los diarios. En septiembre de 1998 el Times tenía una circulación diaria de 1.060.000 ejemplares; en septiembre de 2010 el número había bajado a 876.000. En el Boston Globe, también propiedad del New York Times, la circulación fue de 470.000 en 1998 a 220.000 en 2010. El sindicato de prensa aceptó un recorte salarial del 6 por ciento (la propuesta original era de 23 por ciento) en 2009 para mantener los puestos de trabajo. A pesar de esto, el Globe sigue perdiendo dinero.
La administración no sabe qué hacer. Los reporteros se enfrentan a inseguridad laboral y magros aumentos de sueldo –en caso que los haya. Los accionistas tampoco están felices. La compañía se ha convertido claramente en una mala inversión: el precio de sus acciones ha caído más del 85 por ciento desde 2004. La compañía se está deshaciendo de sus periódicos; en diciembre vendió sus 16 diarios regionales (salvo el Globe) por sólo u$s 143 millones en efectivo.
El Times es el último bastión del periodismo de investigación a nivel nacional. Buenos artículos tardan meses en completarse y requieren el esfuerzo de por lo menos dos personas, un reportero y un editor comprometidos con la veracidad y el impacto de lo publicado. El Times entrena (y contrata) algunas de las mejores plumas. Pero tiene un problema importante, que va mucho más allá de las disputas entre la patronal y los sindicatos.
¿Qué significa todo esto? La empresa seguramente conseguirá concesiones de sus empleados en el extranjero para reducir sus beneficios. El sindicato no puede salvarlos. Los anunciantes tienen más salidas para elegir y la caída de la circulación también los obliga a buscarlas en otra parte. El resultado es menos dinero para el periodismo, y menos dinero para los periodistas y editores. Algunos dirán que el modelo de publicidad necesita ser cambiado. O tal vez los periódicos por ahí necesiten el patrocinio del Estado. Pero en un país cuyos políticos quieren desfinanciar la NPR (Radio Pública), no es muy probable que se pueda imponer un modelo tipo BBC.
Lento pero seguro, habrá menos cobertura, más errores y menos supervisión en el Times. Ya les ha pasado a los que alguna vez fueron poderosos periódicos en Boston, Chicago, Los Ángeles y Miami. El Times es el último bastión, a menos que los números mejoren.
Por el momento, habrá espacio para los empleados que pueden vivir con u$s 39,000 al año en Boston, o u$s 65.000 en Nueva York. Los periodistas de alto nivel  tendrán que conseguir ascensos o escribir un best-seller que los haga ricos antes de cumplir 50 años. Para entonces, la mayoría se verán obligados de todos modos a abandonar el barco. Salvo que suceda un milagro.
Sede del New York Times, en Manhattan

Monday, February 27, 2012

Malvinas: De como Thatcher y Reagan (casi) se pelean

El New York Times publica hoy en su página editorial un artículo escrito por Richard Aldous, un historiador que describe la difícil relación que -según él- sostuvieron el Presidente Reagan y la Primera Ministra Thatcher durante la guerra de las Malvinas. Aquí, los pasajes más interesantes:
Con amigos como estos
Por RICHARD ALDOUS
Se acerca el 30 aniversario de la guerra de las Islas Malvinas y la tensión aumenta otra vez: Gran Bretaña envía a la zona al destructor Dauntless y al príncipe Guillermo, segundo en la línea al trono, lo que hace que la Argentina se queje de la "militarización" que lleva a cabo el "conquistador".
La respuesta estadounidense ha sido decididamente neutral, alentando "a ambas partes a resolver sus diferencias mediante el diálogo" -un sentimiento que recuerda a la crisis de 1982, cuando Estados Unidos hizo todo lo posible para evitar la guerra y tener que elegir entre aliados clave.
Hoy recordamos las cosas de un modo diferente: el conflicto es a menudo citado como un punto culminante del "especial" vínculo entre el presidente Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la primera ministra británica. Y, sin embargo la respuesta de Estados Unidos en ese momento, y su examen posterior, son ejemplos de lo complejo e incluso quebradizo que la relación era en realidad.
Cuando Reagan asumió la presidencia en enero de 1981, Thatcher ya había estado en el poder durante más de un año y medio. Se proclamaron a sí mismos almas gemelas conservadoras. "Sus problemas serán nuestros problemas", le dijo ella en su primera reunión en Washington, "y cuando usted necesite amigos vamos a estar ahí." Después James S. Brady, el secretario de prensa de la Casa Blanca, bromeó que "se necesitaría una palanca para separarlos".
Durante la guerra de las Malvinas, sin embargo, pareció que Thatcher usaría la palanca para atacar al presidente.
La mayoría de los estadounidenses nunca entendió porque tanto ruido sobre las Islas Malvinas pero para los británicos la invasión argentina era un asunto serio. "Se acabó", exclamó Alan Clark, un miembro conservador del parlamento. "Somos un país del tercer mundo, no servimos para nada."
Thatcher, presionada a renunciar, había esperado el apoyo decidido de Reagan para retomar las islas por la fuerza. En su lugar halló una estudiada neutralidad. "Somos amigos de ambos países", comentó el presidente despreocupadamente. ¿Valía realmente la pena ir a la guerra por lo que calificó como "un montón de tierra helada allá abajo"?
La retórica de Reagan ocultaba un dilema estratégico. Los Estados Unidos tenían una alianza de larga data con Gran Bretaña, pero en 1982 la junta militar argentina se había convertido en un aliado clave de la guerra fría en América Latina.
Antes de la invasión, cuando los militares argentinos preguntaron al embajador itinerante de Reagan, Vernon Walters, ¿qué pasaría si la Argentina tomara las Malvinas?, les dijo que los británicos protestarían y no harían nada.
Este cálculo fue, por supuesto, incorrecto. Thatcher envió una fuerza de tareas para recuperar las islas y se horrorizó cuando Reagan la presionó para no pelear. Alexander M. Haig, Jr., el secretario de Estado, viajó miles de kilómetros entre Washington, Londres y Buenos Aires, en un fallido intento de forzar un acuerdo. Para darle la bienvenida a 10 Downing Street, Thatcher puso en la pared retratos del duque de Wellington y Lord Nelson, dos de los mayores héroes militares de Gran Bretaña, como una señal de que el país estaba listo para la guerra.
Thatcher le hizo saber a Haig que estaba "consternada" por la actitud de Reagan y la "presión constante para debilitar nuestra posición". Cuando Reagan las  llamó por teléfono el 31 de mayo urgiéndola a "mostrar que todavía estaba dispuesta a buscar una solución”, Thatcher finalmente perdió la paciencia. "Somos una democracia y esa es nuestra isla", tronó "y fracasar ahora sería lo peor." ¿Qué haría Estados Unidos si Alaska fuera invadida?, exigió saber.
Reducido al silencio, Reagan se atoró. "El presidente", informó un funcionario que escuchaba desde el Consejo de Seguridad Nacional "sonó más débil que Jimmy Carter."
Esta actitud contrastó fuertemente con la del presidente socialista de Francia, François Mitterrand. "De muchas maneras", escribió John Nott, el secretario de Defensa británico, "nuestros grandes aliados fueron Mitterand y los franceses".
Gran Bretaña derrotó a Argentina en junio de 1982, pero la victoria no pudo ocultar la fractura entre Reagan y Thatcher. Cuando George P. Shultz sustituyó a Haig como Secretario de Estado un mes después se encontró al presidente "harto de la actitud autoritaria de Thatcher."
Delante de las cámaras, la pareja continuó presentando una imagen de cortesía personal y política. "Es especial", dijo la señora Thatcher de la relación en 1985. "Simplemente es. Y eso es todo."
Pero a puertas cerradas los dos líderes se peleaban por casi todas las decisiones internacionales. Se enfrentaron por  la imposición de sanciones a un gasoducto soviético, por el déficit presupuestario, el control de armas, la Iniciativa de Defensa Estratégica y hasta por la invasión estadounidense a Granada en 1983, que, a la inversa de la crisis de las Malvinas, dejó a Reagan atónito porque Thatcher no lo apoyó.
Todo apuntaba a la sentencia de Lord Palmerston, con la que Gorbachov –al citarla- había sorprendido a la Thatcher. "Las naciones no tienen amigos o aliados eternos, sólo tienen intereses permanentes."
Estos intereses a menudo requerían que Thatcher se guardara su opinión sobre Reagan. Los que podían ver detrás de la fachada sabían otra cosa. Cuando a Sir Nicholas Henderson, el embajador británico en Washington durante la guerra de las Malvinas, se le preguntó en la década de 1990 si había sabido de algo realmente secreto, respondió: "Si yo hubiera dicho lo que la señora Thatcher realmente pensaba del Presidente Reagan, hubiera dañado las relaciones anglo-estadounidenses."
Richard Aldous, profesor de Historia Británica y Literatura en el Bard College, es el autor de "Reagan y Thatcher. La difícil relación".
© 2012 by The New York Times Syndicate

Wednesday, February 15, 2012

Soy tu nena, esta noche: Whitney Houston, la NFL, y el imperialismo cultural

Lo que sigue no lo escribí yo sino un periodista de estos pagos, Anthony Gancarski. Se publicó en el lugar más improbable, la revista "The American Conservative" (con ese nombre no necesito aclarar la orientación política de esa publicación). Seleccioné y adapté algunos párrafos del artículo, evitando referencias muy localistas que carecen de interés para el lector extranjero. Si su lectura despierta algún interés, mucho agradeceré que dejen un comentario.
Quienes tengan curiosidad por leer el original en inglés lo pueden encontrar aquí:
"Soy tu nena, esta noche"
Whitney Houston, la NFL, y el imperialismo cultural
por A.G. Gancarski
Hace 21 años Whitney Houston grabó lo que iba a ser su último éxito entre los Top Ten: "The Star Spangled Banner" (el Himno Nacional) , en el Raymond James Stadium de Tampa. Su versión llegó al número 1 en las semanas posteriores al Super Bowl: los disc-jockeys  llenaron las ondas con patriótica grandilocuencia para "apoyar a las tropas". Volvió al número 6 justo después de Septiembre 11. Parece ahora que fue hace una vida y eso es literalmente cierto para la propia cantante, que acaba de morir a los 48 años.
En palabras del promotor Jason Lewis, "El talento de Whitney Houston no pudo ser mantenido cautivo en el embalaje corporativo en que envolvieron su música”.  Notables aunque discutibles palabras, en vista de la agresividad con que la comercializaron desde el vamos. Cuando apareció por primera vez en la escena de la música pop, sus fotos publicitarias la mostraban “blanqueada”, en un tono entre durazno y naranja, casi como queriendo disimular que era negra. Sus arreglos eran optimistas, sus remixes incansablemente alegres. Se la oía inocente y juguetona pero en el fondo había una sensación de tensión. Sabíamos que no sería bonita para siempre. Y que sería permanentemente degradada a medida que su carrera cayera  en la final, desagradable coda.
¿Por qué cayó Whitney en el uso de drogas duras? Oportunidad, disponibilidad y asequibilidad. Esa vez que cantó el Himno Nacional se acercaba al cenit de su carrera.. Para bien o para mal, Whitney era la cara de una industria que en gran medida había perdido el contacto con el público. Sus singles-no me pregunten acerca de su álbum- eran más bien chafas, música ideal para caminar por un centro comercial buscando pantalones de moda.
Su interpretación del himno nacional hizo estallar las pizarras de éxitos durante las dos invasiones estadounidenses de Iraq. Pero todos sabíamos lo que pasaba. Pocos años después que su himno encabezara las listas por segunda vez ni la guerra de Irak ni Whitney  iban demasiado bien. Los que vimos los premios Grammy la otra noche sabemos lo rápido que la industria de la música corrió a definirla como una diosa caída.. Cuando se anunció su muerte, chistes sobre su uso de cocaína abundaron en Twitter y Facebook. La gente se apresuró a condenarla hasta que los informes de autopsia dijeron que había muerto de un cóctel letal -pero legal- de Xanax y alcohol,. Una vez que se supo que su muerte la habían ocasionado productos aprobados de las compañías farmacéuticas las bromas cesaron y el encomio comenzó en serio.
A la gente le gustaba criticarla por su adicción. Es irónico, porque Whitney fue convertida en un objeto y una mercancía para satisfacer, precisamente, las adicciones propias de los Estados Unidos: adicción a esas canciones pop “verso / coro / verso”, a esa versión comercial de la sexualidad femenina. Y, en el caso de la interpretación del himno nacional, nuestra adicción a la guerra.
En el periodo previo a las Guerras del Golfo I y II, no mucha gente se detuvo a pensar por qué estábamos defendiendo las prerrogativas de los represivos jeques kuwaitíes. Del mismo modo, el consumidor típico de la música de Whitney Houston no quería pensar muy profundamente en lo que estaba consumiendo o las condiciones en que se fabricaba el producto. Su música "tenía un buen ritmo y se podía bailar con ella." Y eso era suficiente.
Nadie se detuvo a pensar, hasta que sus hits desaparecieron de la radio, sobre cuán trágica fue la vida de Whitney Houston. Del mismo modo, hasta que quedó muy claro que las guerras en Asia traían consecuencias, nadie se preocupaba demasiado por ellas salvo por silenciar a los disidentes y consolidar la narrativa maniquea común a todas las expediciones militares de los Estados Unidos.
Por lo tanto, es apropiado que el último hit de Whitney Houston fuera el himno nacional, que se ha utilizado una y otra vez como un llamado a las armas y a la unidad y como un represor del pensamiento crítico que podría haber detenido el desastre en Irak antes de que fuera demasiado tarde y se produjeran las pérdidas de sangre y dinero que se pusieron al servicio de los objetivos de esa guerra. Su música estaba destinada a no ser pensada muy profundamente. Y cuando su propósito se hubiera agotado Whitney sería olvidada. O se restauraría la imagen de sus tiempos dorados, la que quieren que recordemos quienes la comercializan de manera tan agresiva en la muerte como lo hicieron en vida.
Ya no recordamos por qué grabó el himno nacional. O la matanza para la que fue utilizado –dos veces. Igual que a los deportistas, a las estrellas pop se las utiliza y luego se las da por muertas. Ahí están  para promover la agenda del momento y, no importa cuán importantes hayan parecido, su recuerdo se va desvaneciendo hasta que desaparece completamente.  Pero por ahora, Houston es el último grito en iTunes, y para la industria… para la industria no existe amor más grande.